lunes, 8 de junio de 2009

Empacho de merengue

Mi semana empezaba con el Día del Niño, que el lunes hizo que tuviéramos que montar una carpa y repartir globos y cuentos a desbocados infantes ansiosos por recibir obsequio. En tres horas me chuparon la sangre y las fuerzas, intentando explicarles sin que se durmieran qué será eso del refugio, realidad con la que conviven pero de la que apenas saben nada.
El resto de la semana ha sido tranquila. Al final se suspendió la misión por las comunidades del río San Miguel, así que tendré que esperar a nueva orden para montar en bote y ponerme mis botas de caucho a lo petrolero. Y para encontrar a la gente, que es lo que enriquece esta tierra.
En cualquier caso, cada día ha sido tan largo como el anterior, entre reuniones, visitas, encuentros.
El martes conocí a David. Tiene diez años. Hace unas semanas llego a LA, solo, procedente de otra ciudad, para denunciar el maltrato de su padre ante la policía. Una cicatriz mal sellada en la frente desvía la mirada de otras marcas en las manos y los brazos. David tiene muchos años más de lo que dicen sus huesos. La mirada directa, sin dudas, dicen que tanta vida no debería reducirse a un cuerpo tan pequeño.
No quiere ver a su padre. No sabe en qué año nació. Quiere volver a Colombia, con su abuela. En el albergue, dice, tiene amigos y enemigos. Kilómetros mentales separan a este niño de cualquier otro de su edad.
Ayer, sábado, batí mi récord nocturno en esta ciudad: 2h00 a.m. Es un récord, sin duda, considerando el empacho de merengue, bachata, reguetón o como sea que se escriba el nombre de esa música infernal. Aquí no es posible escapar de los sonidos, del ritmo. En la discoteca, Milenium, se baila agarrado y de fondo una pantalla muestra inclasificables grupos de trasnochado aspecto que en los años ochenta lanzaban sus grandes éxitos.
Divertido, a pesar de todo. No obstante, mejor tomarse el salsódromo en pequeñas dosis para prevenir la intoxicación…
En la puerta de la discoteca, mientras esperábamos un taxi, un hombre y una mujer nos ofrecen chicles, caramelos, cigarros. Apenas alcanzan mis hombros. Quizá tienen cuarenta años, o cincuenta, no sé; sus manos encallecidas, la piel ajada del sol, el sueño que les cierra los ojos por el trasnochar impuesto, no me dejan adivinar su edad real.
Ella mira a ninguna parte, apoyada en una moto para descansar el peso de la canasta en la que lleva las mercaderías. Nos descubrimos mutuamente cuando la traiciona el sueño y cabecea en el aire. Me sonríe, mientras sus ojos piden disculpas por lo inapropiado de su vigilia. Parece de la sierra, por sus ropas, los collares que cruzan el pecho, la falda ancha, la piel cetrina.
El domingo tarde tocaba Chozas, pero yo me borro del plan. Necesito desestresar mis tímpanos del ronroneo latino.
Esta semana se avecina parecida. Tenemos un curso, y muchas reuniones previstas. Yo tengo que cerrar el asunto del piso. Parece que ya está listo, aunque las puertas siguen sin estar. Sólo queda barnizarlas y ponerlas. Espero tomar el castillo a final de la semana. Rosalie debe venir ya pronto, y quizá sea bueno dejar de ser su okupa personal.

2 comentarios:

  1. ¡¡¡WAPAAAA!!! Mucho ánimo :) Además ya pronto tienes palacete y "prinsipeasul"!! Jaja. Qué cursilería xD Pero, bueno, estarás contenta, no?? :D Disfruta muchísimo y sigue contándonos tus cosas, que me encanta leerte, aunque no siempre te escriba. Pero siempre que pueda :) BESOOOOOO

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  2. jo, sonia, ya me he puesto a llorar entre las ausencias y la historia de David, tengo los pelos de punta. Ya nos contarás que va a pasar con él... Espero que algo bueno, por favor. Es que me ha dejado un poquillo tocada, me alegro de que pronto vayas a tener casa, Un beso enorme
    Tatiana

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