lunes, 8 de junio de 2009

Un mes

Un mes. Casi sin darme cuenta ya ha pasado un mes desde que viniera a LA. La verdad es que apenas soy consciente del paso del tiempo. Se suceden los días, vas conociendo lugares, personas, voces, y de repente ya ha pasado un mes. Eso te hace percibir, en ese instante, la realidad que vives, como si hasta ese momento fuera algo ajeno, fuera de ti. Esa extrañeza de uno mismo es casi fruto del caos deslocalizado del cambio, del viaje, del encuentro con lo ajeno.

En el preciso instante de la certeza del paso el tiempo siento las ausencias. Y no es que el resto del tiempo no las sienta, sino que me dedico a absorber el entorno, a disfrutar, a aprender. Pero, por un fugaz instante, uno se pregunta qué le ha llevado a coger la maleta.

Afortunadamente, ese momento es eso, fugaz, liviano, pasajero. Y mientras sigo pensando en cómo quiero a quienes quiero, y su distancia pero al tiempo cercanía, vuelvo a respirar el aire tropical y me digo que todo está bien, que soy afortunada de poder vivir lo que estoy viviendo.

Desde la hamaca veo llover con fuerza, oigo el ruido, y me sorprendo de estar enredada en esta nueva realidad que te transporta a otro mundo. Me mueve el viento, que empieza a soplar más fuerte, y a lo lejos veo el brillo del pozo, y el perfil del horizonte que aquí es verde, y no azul como acostumbra. Lugar que debe ser domado, o quizá que se rebela permanentemente a la domesticación.

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