En el preciso instante de la certeza del paso el tiempo siento las ausencias. Y no es que el resto del tiempo no las sienta, sino que me dedico a absorber el entorno, a disfrutar, a aprender. Pero, por un fugaz instante, uno se pregunta qué le ha llevado a coger la maleta.
Afortunadamente, ese momento es eso, fugaz, liviano, pasajero. Y mientras sigo pensando en cómo quiero a quienes quiero, y su distancia pero al tiempo cercanía, vuelvo a respirar el aire tropical y me digo que todo está bien, que soy afortunada de poder vivir lo que estoy viviendo.
Desde la hamaca veo llover con fuerza, oigo el ruido, y me sorprendo de estar enredada en esta nueva realidad que te transporta a otro mundo. Me mueve el viento, que empieza a soplar más fuerte, y a lo lejos veo el brillo del pozo, y el perfil del horizonte que aquí es verde, y no azul como acostumbra. Lugar que debe ser domado, o quizá que se rebela permanentemente a la domesticación.
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