martes, 23 de junio de 2009

REF DAY


Mira esquiva desde su silla de ruedas. Podría tener 35 años, o 23 o 15. Podría llamarse Janethe, Leidy, Nidia. Apenas mira a los ojos, y eso la convierte en un ser indeterminado, en la frontera. Se mueve en una silla de ruedas. Pero hubo un tiempo en que podía andar, y reía, y miraba de cerca. Con doce años fue secuestrada por las FARC.
Ahora tiene 18, y vive en el limbo en el que le dejaron los siete años de reclusión, en la selva, sin apenas contacto con el mundo exterior. Le dijeron que su familia la había abandonado. La hicieron guerrillera. La deshicieron y la volvieron a armar. En un enfrentamiento se abrió la puerta de su salida. Pero una bala dejó maltrecho su pie, que una cirugía inadecuada acabó de destrozar.
El tiempo que pasó alejada, torturada, encerrada en una cárcel a cielo abierto ha torcido su gesto. A veces llora, y eso es bueno. Antes no lo hacía, e incluso se reía al contar su historia. Era una niña al marchar, y probablemente aún lo sea. Ese vacío de años es una cicatriz inmensa en su mente, en su cuerpo, en su capacidad de andar, y no sólo la física.
Su familia la encontró, y todos decidieron dejar su hogar para protegerla. En algunos lugares tuvieron que empacar, de nuevo. Cuando alguien descubre por qué tu hijo no puede andar, se abre un nuevo vacío, y hay que huir.
Hoy están en Ecuador, pero el futuro aún es incierto. Toda la familia ha venido con ella, hermanos, padres, sobrinos. Para el Día del Refugiado han dibujado en una gran tela la casa que desean compartir, y la que dejaron atrás. Los sueños, son una duda. Muchos amigos, dice el padre de todos, es lo que quisiera encontrar aquí. Tiene 83 años pero sigue mirando con dulzura a su esposa mientras ella dibuja las gallinas que perdieron.
Los niños corren detrás de los globos, se ríen a veces, no siempre. Son esa clase de niños a los que les cuesta reír, pero cuando lo hacen iluminan el entorno.
Este es el sentido de celebrar el Día del Refugiado. Este es el sentido del trabajo que hago aquí. Hay millones de personas con historias como éstas, de desarraigo, de viaje, de incertidumbre y miedo.
Verles disfrutar, al menos por un lapso de tiempo, estrenando camisetas, saliendo por el puro disfrute de pasar la mañana viendo, comiendo, sintiendo el fruto del trabajo hecho con sus manos y con la memoria.
Así fue la fiesta del sábado. Toda la semana corriendo, haciendo entrevistas (hasta 18… increíble lo que son los medios de Lago Agrio), durmiendo poco. Y el resultado, humilde en muchas cosas, supone una inmensa satisfacción. Después, todo el estrés, los nervios, el cansancio, se fueron. Gracias, hay que decirlo, a mucha bachata, cerveza y la sensación de que el momento es finito y debe ser disfrutado.
Sin duda, una semana de lo más enriquecedora. Además, no se me puede olvidar, ya tengo casa, todo un logro. Aún no me he mudado, pero al menos ya tengo una nevera estupenda. Mientras mato mosquitos y escribo, me doy cuenta de que aún estoy cansada. Son las 21h48, y creo que a las diez estaré ya disfrutando del sueño semi-eterno.
Mañana toca misión, si es que llega desde Quito mi documentación. Voy indocumentada por el mundo, y eso de ser clandestino es una experiencia un tanto inquietante. Una sabe que aquí, siendo gringa, no se tienen problemas. Pero, por un momento, imagino lo que es estar en la orilla del mar y no de la tierra, y agradezco al destino por haberme dado un hogar seguro.

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