Estas han sido dos semanas intensas, de ajetreo, de cambios de ánimo, de la mente revuelta y los días al galope. Sin darme cuenta se me han caido los 31, uy, o los 13, encima, y yo con estos pelos y nunca mejor dicho. Mi imagen en el espejo, desgreñada y pecosa, me dice el tiempo que ha ido pasando. Casi cuatro meses, y parece qu ela casa se está llenando de fotos, de orden, de desorden de nuevo en su entropía constante.
Javi se va, esperemos que sólo sean unos días, y prefiero no pensar en lo que sea regresar a la casa vacía. Al menos en el intermedio vendrás unas vacaciones, apenas una semana, que se me hace demasiado corta para corretear por este país de montañas, ballenas y buses inagotables.
A medida que el trabajo avanza voy redescubriendo en mí esos nervios que se agazapan en el estómago con las tareas que crecen, que se enrollan en mi mente inquieta.
El calor a veces te asalta. Estas dos semanas han sido intensas, enfebrecidas, de bofetones de sudor que te abraza. A pesar de la temperatura, de los mosquitos que te acribillan sin cuarte, de las piernas, nunca demasiado interesantes, arrasadas por el rastro de las mordeduras que parece se van a quedar àra acompañr mi desnudez veraniega.
El otro día conocí a María. Mientras barría distraída los restos de nuestro paso por la escuela de su comunidad, se acercó con curiosidad a mis ojos atrapados por la cámar reflex de mi jefe. Absorbida por el tacto de una caja oscura de nuevo, me asaltó con la constante duda de mi origen. Que si gringa, me dice. Ya no me sorprende la inconsistencia geográfica de los uqe me rodean, enclaustrados en su pequeño e inmenso mundo de verdura constante.
"Y, ¿cómo es el otoño?", me decía incrédula al saber de las estaciones. Solemos olvidar lo que significa el cambio del clima, lo que condiciona nuestras vidas, nuestro humor, la sensación de pequeñas metas conseguidas, sus recompensas. En la Amazonía no hay estaciones, al menos para nuestros infantiles ojos. El invierno aqui lo marcan las lluvias, más abundantes que el resto del lluvioso año. Y entonces te das cuenta de que se desdibujan las conquitas temporales que nos ponemos con la esperanza del verano, de la resolutiva primavera, del la inconsecuente navidad. Aquí parece un círculo contínuo de días que se repiten.
¿Cómo se visten en España? ¿Y qué comen? ¿Y es lindo? ¿Cuánto se tarda en llegar? Mientras hablas tienes que rememorar tu propia vida, para poder responder algo coherente. Te dices que todo es normal, cómo va a ser si no. Pero, en este ecosistema enconfrado de humedad lo normal es distinto. Y entonces, en una sublime algazara de inteligencia, por un segundo, pareces descubrir una gran verdad de la normalidad anormal.
Despierto la curiosidad en Marí, con sus 18 años vivarachos y su sonrisa tímida ante mi cámara. Despierto la curiosidad en el soldado que, después de un mes en el oriente, añora su Loja natal y no sabe si soportará los 30 días seguidos de trabajo antes de 6 de descanso. Que no sabe si soportará el horizonte de varios años para poder regresar a un destino más cómodo. Y que quiere huir a España, porque sus primos vivem allá desde hace 8 años en una inmensdidad soñada que no sabe de paro, xenofobia o la angustia de la distancia.
Y a mí de apetece que sean ellos los que hablan. Que me digan qué sueñan, qué temen, que sienten más allá del oneroso paso del tiempo cálido y la inestable sensación de vivir en la puerta del infierno. Porque aquí comienza, y a veces uno le ve la cara, aunque otras sólo lo presiente.
Entonces descubre a otras personas, dispuestas a mostrarte su fortaleza, que te hablan con franqueza y, desde la consciencia de su dureza, son capaces de plantear su propia revolución. La que se alza contra el machismo anquilosado, o que sigue estudiando allá donde no hay luz eléctrica. Y lo hacen sin heroísmo, con la simple verdad de que es lo que desean.
Te sorprendes. A veces me descubro mirando a la gente quizá con cierta conmiseración. QUizá con la certeza de que hacemos ciertas cosas bien. Incluso pensando que debemos seguir, porque es necesario. Pero, entonces, te sorprendes al sabes que su vida ya era, es, y será, a pesar de que nosotros o quien quiera que venga despues, vaya a hacer.
No es ni siquiera una crítica. Porque creo que realmente cada cual debe actuar según crea. Y, con las incertidumbres y cinismos que a cualquier labor asalte, uno debe creer en aquéllo que hace. No obstante, cada cual del mismo modo sigue luchando por su vida. Y ese es el valor de conversar, de escuchar, de pasar un rato cimplemente descubriendo a quien tienes enfrente. El valor de descubrir personas, individuos, con tanta enterza, nostalgia, miedo, alegría, como la que yo pueda transportar en mi zurrón de ideales.
María espera que, si vuelvo a visitarla, le lleve algo bonito de España. Dice que allí debe haber muchas. Yo analizo el muestrario de objetos, y me digo que sí, claro. Pero, realmente, si pudiera, lo que le llevaría es la oportunidad de elegir una por sí misma. Para que mis dioses materiales no conquisten a quemarropa su añoranza de los desconocido.
Javi se va, esperemos que sólo sean unos días, y prefiero no pensar en lo que sea regresar a la casa vacía. Al menos en el intermedio vendrás unas vacaciones, apenas una semana, que se me hace demasiado corta para corretear por este país de montañas, ballenas y buses inagotables.
A medida que el trabajo avanza voy redescubriendo en mí esos nervios que se agazapan en el estómago con las tareas que crecen, que se enrollan en mi mente inquieta.
El calor a veces te asalta. Estas dos semanas han sido intensas, enfebrecidas, de bofetones de sudor que te abraza. A pesar de la temperatura, de los mosquitos que te acribillan sin cuarte, de las piernas, nunca demasiado interesantes, arrasadas por el rastro de las mordeduras que parece se van a quedar àra acompañr mi desnudez veraniega.
El otro día conocí a María. Mientras barría distraída los restos de nuestro paso por la escuela de su comunidad, se acercó con curiosidad a mis ojos atrapados por la cámar reflex de mi jefe. Absorbida por el tacto de una caja oscura de nuevo, me asaltó con la constante duda de mi origen. Que si gringa, me dice. Ya no me sorprende la inconsistencia geográfica de los uqe me rodean, enclaustrados en su pequeño e inmenso mundo de verdura constante.

"Y, ¿cómo es el otoño?", me decía incrédula al saber de las estaciones. Solemos olvidar lo que significa el cambio del clima, lo que condiciona nuestras vidas, nuestro humor, la sensación de pequeñas metas conseguidas, sus recompensas. En la Amazonía no hay estaciones, al menos para nuestros infantiles ojos. El invierno aqui lo marcan las lluvias, más abundantes que el resto del lluvioso año. Y entonces te das cuenta de que se desdibujan las conquitas temporales que nos ponemos con la esperanza del verano, de la resolutiva primavera, del la inconsecuente navidad. Aquí parece un círculo contínuo de días que se repiten.
¿Cómo se visten en España? ¿Y qué comen? ¿Y es lindo? ¿Cuánto se tarda en llegar? Mientras hablas tienes que rememorar tu propia vida, para poder responder algo coherente. Te dices que todo es normal, cómo va a ser si no. Pero, en este ecosistema enconfrado de humedad lo normal es distinto. Y entonces, en una sublime algazara de inteligencia, por un segundo, pareces descubrir una gran verdad de la normalidad anormal.
Despierto la curiosidad en Marí, con sus 18 años vivarachos y su sonrisa tímida ante mi cámara. Despierto la curiosidad en el soldado que, después de un mes en el oriente, añora su Loja natal y no sabe si soportará los 30 días seguidos de trabajo antes de 6 de descanso. Que no sabe si soportará el horizonte de varios años para poder regresar a un destino más cómodo. Y que quiere huir a España, porque sus primos vivem allá desde hace 8 años en una inmensdidad soñada que no sabe de paro, xenofobia o la angustia de la distancia.
Y a mí de apetece que sean ellos los que hablan. Que me digan qué sueñan, qué temen, que sienten más allá del oneroso paso del tiempo cálido y la inestable sensación de vivir en la puerta del infierno. Porque aquí comienza, y a veces uno le ve la cara, aunque otras sólo lo presiente.
Entonces descubre a otras personas, dispuestas a mostrarte su fortaleza, que te hablan con franqueza y, desde la consciencia de su dureza, son capaces de plantear su propia revolución. La que se alza contra el machismo anquilosado, o que sigue estudiando allá donde no hay luz eléctrica. Y lo hacen sin heroísmo, con la simple verdad de que es lo que desean.
Te sorprendes. A veces me descubro mirando a la gente quizá con cierta conmiseración. QUizá con la certeza de que hacemos ciertas cosas bien. Incluso pensando que debemos seguir, porque es necesario. Pero, entonces, te sorprendes al sabes que su vida ya era, es, y será, a pesar de que nosotros o quien quiera que venga despues, vaya a hacer.
No es ni siquiera una crítica. Porque creo que realmente cada cual debe actuar según crea. Y, con las incertidumbres y cinismos que a cualquier labor asalte, uno debe creer en aquéllo que hace. No obstante, cada cual del mismo modo sigue luchando por su vida. Y ese es el valor de conversar, de escuchar, de pasar un rato cimplemente descubriendo a quien tienes enfrente. El valor de descubrir personas, individuos, con tanta enterza, nostalgia, miedo, alegría, como la que yo pueda transportar en mi zurrón de ideales.
María espera que, si vuelvo a visitarla, le lleve algo bonito de España. Dice que allí debe haber muchas. Yo analizo el muestrario de objetos, y me digo que sí, claro. Pero, realmente, si pudiera, lo que le llevaría es la oportunidad de elegir una por sí misma. Para que mis dioses materiales no conquisten a quemarropa su añoranza de los desconocido.
Papuchi: Que bonito escribes. Hacía tiempo que no lo hacías y se echaba en falta. No te preocupes por Javi verás como sale todo bien.
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