Uff, cada vez tardo más en escribir, en ordenar las ideas, en traducirlas en signos inteligibles incluso para mí misma. Esto de escribir es un extraño arte-embrujo en el que uno rasga las pieles de la cebolla que es el cerebro. Y ello sin llorar, que conste, en la lucha por equilibrar la realidad y el deseo.
Lago Agrio sigue siendo esta ciudad extraña que aveces encerramos en apenas cuatro o cinco calles. De casa a la oficina, y de allí al mejicano, o a comer pollo (y los ineludibles patacones), o los maytos en una aventura inextricable más allá de la frontera mental de la federación deportiva.
Con el paso del tiempo a veces uno sde despierta con una extraña sensación de estar comprimido, trastabillado en las mismas caras, en días que se parecen unos a otros. El paso del tiempo, construido por este clima tropical de lluvia, sol, humedad, carece de esa conciencia de las estaciones, de la añoranza del abrigo y el retomar de las sandalias.
A pesar de ese conglomerado de trabajo y cotidianeidad, de este mundo tan fuera de todo, tan distinto, te termina cautivando. Casi sin darme cuenta, te engancha, te acoge, te enreda en sus días de vidas difusas, difíciles, esas que parecen sólo de os libros y que nunca ibas a probar.
Seguiré, encontraré otro momento para escribir más. Gracias a las telecomunicaciones que incluso llegan a este inhóspito rincón selvático.
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