lunes, 29 de junio de 2009

Soy trivial en lunes


La matanza del cerdo es sangrienta y revolucionaria allá donde se realice. El cortejo, el acoso, la persecución. Y el desgañitado hálito que escapa del chancho es el preludio del sabroso manjar. Manjar que aún infestado del degüello impío, sabe a gloria.
Así sabía el chancho del sábado que comimos para celebrar la inauguración del centro de acopio, un almacén de secado de café y cacao, de Ucodep, la ONG italiana en la que trabaja mi amigo Andrea.
Al llegar, tarde, claro, con horario ecuatoriano, la celebración llevaba un rato, pero tuvimos la suerte de alcanzar al cura que bendijo y sermoneó a todos. Ay, lo que cansa el discurso aquí o en la conchinchina, pero la cantidad de fans que tiene el susodicho profeta...
Ya eran las doce, así que imponía menos mezclar el desayuno con la cerveza. Desde ahí, las botellas de Pilsener bandolearon por el terreno. El chancho, espectacular. Es defícil definir el punto exacto en el que la carne, comida con las manos y casi sin respirar, se convierte en un manjar a compratir por la humanidad.
La cerveza siguió corriendo, y hasta conseguí un pretendiente, con tierras, por supuesto, que me sacó a bailar y me pidió en matrimonio. Cosas de la vida, le dije al señor mucho más bajo que yo y al ritmo de un son ecuatoriano que no soy capaz de remedar, que yo soy ya casada. Quizá fui demasiado dura, pero por muchas tierras que tuviera, el caballero apenas gastaba dentadura, y mi santo que en España me rememora, no merece abandono por un zagal en la sesentena.
El día siguió, muchas, muchas horas, y a pesar de ello mi carrera etílica no llegó a un momento crítico. Quizá es la evaporación, me digo mientras pienso que quizá haya de reducir la ingesta.
Ya es lunes, y en este lado del mundo cuesta madrugar tanto como en el otro. Reiniciar el motor cuesta, duelen los dedos al aporrear el teclado. Ya estoy instalada, y la carrera por comprar y comprar se me hace extraña, ante la enormidad de cacharros, chismes, cacerolas y trapos que he dejado desparramados por el mundo y que ahora requieren de sustituto. Extraño es ir paseando el caparazón, amarrado a lo material, y echando de menos zapatos, camisetas y bolsos. Ay, si es que por muy lejos que esté, esa parte trivial y sinsustancia la mantengo...

jueves, 25 de junio de 2009

El rio

El río es envolvente y maleable, atrapa, encierra, adormece, mima, respira. El río se convierte en un mundo cuando te acoge en su regazo, y te dejas llevar por la inmensidad de esa loma verduzca con su baranda de árboles y matorrales.
De vez en cuando uno ve casas a lo lejos, y alguien que lava la ropa. A veces pasa otro bote, y agita la mano. A veces, sólo algunas veces, parece que todo se detiene.
La inmensidad del cielo dibuja espacios imposibles, enormes, inabarcables, y creo que este cielo es otro, no es el de mi memoria, sino uno completamente nuevo y de mayores dimensiones.
Cuando se abre el cauce, y a lo lejos se observan las lenguas del mar dulce, el río carece de fin y principio. Lo es todo, en su enorme cauce que abraza orillas iguales pero tan distintas.
En la época de la coca este río era rico, circulante, rodante, de botes en permanente movimiento. Hoy las fumigaciones han dejado sólo tierra baldía en su indesciptible belleza. Contaminada, insana, pútrida, esta tierra ya no permite el comercio de antes. Y parece que ya no tiene sentido la vida aquí, en el término del mundo, donde no llega la luz, ni hay agua potable, donde no se controlan las subidas y bajadas del agua y se mueren los cultivos imposibles de transportar para su venta.
El Putumayo sigue respirando, y salpica. Llueve. Sale el sol. Me duermo con el movimiento y siento el viento. Con los ojos cerrados y el balanceo no importa de dónde eres y a dónde vas. Al abrirlos, todo cambia. Porque este fluido es como las personas que se hibridan, que no son de aquí ni de allí. Aquí es todo como ese río gigante, de sangre fría, en transición y frontera.

martes, 23 de junio de 2009

REF DAY


Mira esquiva desde su silla de ruedas. Podría tener 35 años, o 23 o 15. Podría llamarse Janethe, Leidy, Nidia. Apenas mira a los ojos, y eso la convierte en un ser indeterminado, en la frontera. Se mueve en una silla de ruedas. Pero hubo un tiempo en que podía andar, y reía, y miraba de cerca. Con doce años fue secuestrada por las FARC.
Ahora tiene 18, y vive en el limbo en el que le dejaron los siete años de reclusión, en la selva, sin apenas contacto con el mundo exterior. Le dijeron que su familia la había abandonado. La hicieron guerrillera. La deshicieron y la volvieron a armar. En un enfrentamiento se abrió la puerta de su salida. Pero una bala dejó maltrecho su pie, que una cirugía inadecuada acabó de destrozar.
El tiempo que pasó alejada, torturada, encerrada en una cárcel a cielo abierto ha torcido su gesto. A veces llora, y eso es bueno. Antes no lo hacía, e incluso se reía al contar su historia. Era una niña al marchar, y probablemente aún lo sea. Ese vacío de años es una cicatriz inmensa en su mente, en su cuerpo, en su capacidad de andar, y no sólo la física.
Su familia la encontró, y todos decidieron dejar su hogar para protegerla. En algunos lugares tuvieron que empacar, de nuevo. Cuando alguien descubre por qué tu hijo no puede andar, se abre un nuevo vacío, y hay que huir.
Hoy están en Ecuador, pero el futuro aún es incierto. Toda la familia ha venido con ella, hermanos, padres, sobrinos. Para el Día del Refugiado han dibujado en una gran tela la casa que desean compartir, y la que dejaron atrás. Los sueños, son una duda. Muchos amigos, dice el padre de todos, es lo que quisiera encontrar aquí. Tiene 83 años pero sigue mirando con dulzura a su esposa mientras ella dibuja las gallinas que perdieron.
Los niños corren detrás de los globos, se ríen a veces, no siempre. Son esa clase de niños a los que les cuesta reír, pero cuando lo hacen iluminan el entorno.
Este es el sentido de celebrar el Día del Refugiado. Este es el sentido del trabajo que hago aquí. Hay millones de personas con historias como éstas, de desarraigo, de viaje, de incertidumbre y miedo.
Verles disfrutar, al menos por un lapso de tiempo, estrenando camisetas, saliendo por el puro disfrute de pasar la mañana viendo, comiendo, sintiendo el fruto del trabajo hecho con sus manos y con la memoria.
Así fue la fiesta del sábado. Toda la semana corriendo, haciendo entrevistas (hasta 18… increíble lo que son los medios de Lago Agrio), durmiendo poco. Y el resultado, humilde en muchas cosas, supone una inmensa satisfacción. Después, todo el estrés, los nervios, el cansancio, se fueron. Gracias, hay que decirlo, a mucha bachata, cerveza y la sensación de que el momento es finito y debe ser disfrutado.
Sin duda, una semana de lo más enriquecedora. Además, no se me puede olvidar, ya tengo casa, todo un logro. Aún no me he mudado, pero al menos ya tengo una nevera estupenda. Mientras mato mosquitos y escribo, me doy cuenta de que aún estoy cansada. Son las 21h48, y creo que a las diez estaré ya disfrutando del sueño semi-eterno.
Mañana toca misión, si es que llega desde Quito mi documentación. Voy indocumentada por el mundo, y eso de ser clandestino es una experiencia un tanto inquietante. Una sabe que aquí, siendo gringa, no se tienen problemas. Pero, por un momento, imagino lo que es estar en la orilla del mar y no de la tierra, y agradezco al destino por haberme dado un hogar seguro.

domingo, 14 de junio de 2009

Sin cámara ando como ciega...

El fin de semana quiteño ha traido una nueva experiencia: el robo. Sí, ay, que pena. Al menos fue así despacito, sin que me enterara. Asi que tengo un buen disgusto, porque se llevaron mi maravillosa cámara, y ahora ando haciendo turismo pero soin ver, porque sin la cámara estoy un poco ciega.
El caso es que que, lleghamos a Quito el viernes Pilar, Valentina y yo. Parecía como si nos hubieran sacado del planeta selva, y al transplantarnos a la ciudad nos llamaban la atención las luces, los enormes cuatro por cuatro, los centros comerciales y el asfalto en las calles. Esa noche nos dimos un baño de cosmopolitismo, y cenamos en un japonés, Sake, fashion, agradable, donde nos servían el vino en tazas de café. Sí, es que estamos de ley seca. Hoy hay elecciones, y supongo que para evitar desastres electorales, desde el viernes anterior no se puede tomar alcohol. Pero nosotras transgredimos la norma, y bebimos hasta no poder más.
Todo perfecto, como el postre de chocolate que me pedi.
A la mañana, un gran desayuno es una pastelería panaderia de otro mundp, con croisssants fundentes y pasteles de todo tipo. El dia era perfecto, y asi caminito nos fuimos a la estación de bus para ir a Otavalo, la ciudad a 150 kms donde los sábados hay un gran mercado de artesanía. Y en ese bus atestado, lleno de gente camino a sus ciudades (porque, además, con las elecciones cada uno tiene que ir a su ciudad de procedencia, y es obligatorio votar), yo me enfrasque en la charla con un muchacho que se entó a mi lado. Ay, que tonta, que de tanto leer a Kapuscinsky una se cree que hay que hablar con todo el mundo. Y así, a lo tonto, yo no sé como, se metieron debajo de mi asiento y me hicieron un roto en el bolso. Debió ser complicado, poruer yo llevaba el bolso colgado de la rodilla y aplastado contra la pared del bus.
Asi que, al llegar a Otavalo se me quedó cara pichincha y de atontada, que me habia quedado sin mi preciada reflex.
Pero bueno, puse la denuncia, anule tarjetas, y procuré que de comprar artesanía se me pasara el disgusto.
Qué le vamos a hacer, que estas cosas pasan, aunque molesta igual.
No os preocupeis, que estoy bien, y Pilar y Valen, que son unos amores, me hacen cariños, me dejan dinero y me animan.
otra aventura, así es la historia. De todo se aprende...
Hoy domingo seguimos en Quito, que mañana volvemos a Lago. vamos a comprar, comidita y trapos, que el lujo en LA es algo ajeno...
Mañana, más, y seguro que mejor.
Os quiero

lunes, 8 de junio de 2009

Empacho de merengue

Mi semana empezaba con el Día del Niño, que el lunes hizo que tuviéramos que montar una carpa y repartir globos y cuentos a desbocados infantes ansiosos por recibir obsequio. En tres horas me chuparon la sangre y las fuerzas, intentando explicarles sin que se durmieran qué será eso del refugio, realidad con la que conviven pero de la que apenas saben nada.
El resto de la semana ha sido tranquila. Al final se suspendió la misión por las comunidades del río San Miguel, así que tendré que esperar a nueva orden para montar en bote y ponerme mis botas de caucho a lo petrolero. Y para encontrar a la gente, que es lo que enriquece esta tierra.
En cualquier caso, cada día ha sido tan largo como el anterior, entre reuniones, visitas, encuentros.
El martes conocí a David. Tiene diez años. Hace unas semanas llego a LA, solo, procedente de otra ciudad, para denunciar el maltrato de su padre ante la policía. Una cicatriz mal sellada en la frente desvía la mirada de otras marcas en las manos y los brazos. David tiene muchos años más de lo que dicen sus huesos. La mirada directa, sin dudas, dicen que tanta vida no debería reducirse a un cuerpo tan pequeño.
No quiere ver a su padre. No sabe en qué año nació. Quiere volver a Colombia, con su abuela. En el albergue, dice, tiene amigos y enemigos. Kilómetros mentales separan a este niño de cualquier otro de su edad.
Ayer, sábado, batí mi récord nocturno en esta ciudad: 2h00 a.m. Es un récord, sin duda, considerando el empacho de merengue, bachata, reguetón o como sea que se escriba el nombre de esa música infernal. Aquí no es posible escapar de los sonidos, del ritmo. En la discoteca, Milenium, se baila agarrado y de fondo una pantalla muestra inclasificables grupos de trasnochado aspecto que en los años ochenta lanzaban sus grandes éxitos.
Divertido, a pesar de todo. No obstante, mejor tomarse el salsódromo en pequeñas dosis para prevenir la intoxicación…
En la puerta de la discoteca, mientras esperábamos un taxi, un hombre y una mujer nos ofrecen chicles, caramelos, cigarros. Apenas alcanzan mis hombros. Quizá tienen cuarenta años, o cincuenta, no sé; sus manos encallecidas, la piel ajada del sol, el sueño que les cierra los ojos por el trasnochar impuesto, no me dejan adivinar su edad real.
Ella mira a ninguna parte, apoyada en una moto para descansar el peso de la canasta en la que lleva las mercaderías. Nos descubrimos mutuamente cuando la traiciona el sueño y cabecea en el aire. Me sonríe, mientras sus ojos piden disculpas por lo inapropiado de su vigilia. Parece de la sierra, por sus ropas, los collares que cruzan el pecho, la falda ancha, la piel cetrina.
El domingo tarde tocaba Chozas, pero yo me borro del plan. Necesito desestresar mis tímpanos del ronroneo latino.
Esta semana se avecina parecida. Tenemos un curso, y muchas reuniones previstas. Yo tengo que cerrar el asunto del piso. Parece que ya está listo, aunque las puertas siguen sin estar. Sólo queda barnizarlas y ponerlas. Espero tomar el castillo a final de la semana. Rosalie debe venir ya pronto, y quizá sea bueno dejar de ser su okupa personal.

Un mes

Un mes. Casi sin darme cuenta ya ha pasado un mes desde que viniera a LA. La verdad es que apenas soy consciente del paso del tiempo. Se suceden los días, vas conociendo lugares, personas, voces, y de repente ya ha pasado un mes. Eso te hace percibir, en ese instante, la realidad que vives, como si hasta ese momento fuera algo ajeno, fuera de ti. Esa extrañeza de uno mismo es casi fruto del caos deslocalizado del cambio, del viaje, del encuentro con lo ajeno.

En el preciso instante de la certeza del paso el tiempo siento las ausencias. Y no es que el resto del tiempo no las sienta, sino que me dedico a absorber el entorno, a disfrutar, a aprender. Pero, por un fugaz instante, uno se pregunta qué le ha llevado a coger la maleta.

Afortunadamente, ese momento es eso, fugaz, liviano, pasajero. Y mientras sigo pensando en cómo quiero a quienes quiero, y su distancia pero al tiempo cercanía, vuelvo a respirar el aire tropical y me digo que todo está bien, que soy afortunada de poder vivir lo que estoy viviendo.

Desde la hamaca veo llover con fuerza, oigo el ruido, y me sorprendo de estar enredada en esta nueva realidad que te transporta a otro mundo. Me mueve el viento, que empieza a soplar más fuerte, y a lo lejos veo el brillo del pozo, y el perfil del horizonte que aquí es verde, y no azul como acostumbra. Lugar que debe ser domado, o quizá que se rebela permanentemente a la domesticación.

lunes, 1 de junio de 2009

Sonia es nombre de pozo

Marianne tiene un mechero que se ve a lo lejos, en medio del verdor intenso contra el cielo de un azul que pronto será gris. Destaca a lo lejos, se esconde. Pero enseguida vemos el cartel que nos indica el camino de entrada. Como todos los pozos petrolíferos por esta zona, tiene nombre de mujer. También hay un Sonia A, que nos indica, en el kilómetro 59 de la carretera entre LA y Puerto El Carmen, que debe haber un B, y quizá un C, como si de replicantes de una misma se tratase.

Esta carretera, que será mejor, pero por el momento a mi me revuelve el estómago, cubre algo más de cien kilómetros, que a mise me hacen eternos entre tramos asfaltados y otros de cantos, o puro lodo rojo arrancado a las veredas. Con ella se llega a la entrada del Cuyabeno, la mayor y más interesante reserva natural de esta región, hermosa y devastada a la vez.

Vamos al cantón del Putumayo, que linda con la provincia del mismo nombre en Colombia. Ambas tierras, que son una, que se simultanean en personas y problemas, están ensambladas por el río de ese nombre, inmenso, caudaloso, de atardeceres imposibles entre malvas, verdes, y aguas de colores imposibles.

El destino es Puerto El Carmen, cabeza del cantón, para aprovechar una capacitación de Cruz Roja y el Ministerio de Salud Pública a los Agentes Comunitarios de Salud. Se trata de una iniciativa que pretende cubrir los inmensos vacíos de los servicios sanitarios, creando puentes con las comunidades del río. Así, los Agentes Comunitarios se convierten, como miembros de la comunidad, en garantes de la transmisión de unos mínimos conocimientos sobre salud alimentaria, detección de enfermedades y tratamiento de dolencias menores. Y ello cuando la falta de un transporte fluvial público, y las dificultades de acceso a la gasolina, la sangre de esta tierra, imposibilitan una asistencia adecuada.

Puerto El Carmen es una metrópoli si lo comparamos con muchas de estas comunidades, aunque apenas cubre varias cuadras y menos calles. El río lo hace parecer tranquilo, a pesar de las motos, perros indescriptibles, y el sonido atronador de karaokes y billares.

Dormimos en el Camelot. Es un hotel, una novedad en comparación con las pequeñas comunidades donde se usan las carpas colocadas en las escuelas. Aquí al menos te puedes duchar, aunque ni las habitaciones son cómodas, ni tranquilas, a pesar de que sí hay cable.

En la frontera encuentras de todo. Hay muchos productos colombianos, y a veces el surtido mejora al de LA. En las tienditas, hay una constante: preside el Che, con su efigie inmortal y el alma cándida del revolucionario.

Cené guanta. Es un roedor gigante, tamaño cochinillo, pero con sabor a pollo. O a otra cosa, que uno no piensa imaginando al bicho. Sudada, le dicen, que es en estofado pero los vericuetos del lenguaje transforman por el conversor dialectal. Y es que aquí todo se llama de otro modo, y uno a veces está lost in translation en su propio idioma, pero que en realidad es otro con olor a patacones y jaguar.

AL día siguiente voy al curso. Hay hombres y mujeres de las comunidades. Vladimir, Rita, Luz, Isabel, Francisco, Adolfo, Walter,… Ellas cargan a sus bebés, que duermen sobre la estera en el suelo, y lloran, o se enfrascan en juegos verbales indescriptibles en medio de la lección. Parecen al tiempo interesados pero distantes, no participan, excepto alguno, que siempre toma la voz. Vienen de ocho comunidades del bajo Putumayo. Algunos han tardado más de seis horas en llegar.

El río es una frontera más ancha que una simple línea. Es un espacio indefinido, extenso, de muchos kilómetros a lo ancho y a lo largo, que se traga a la gente en un mundo que es de otro mundo al que vivimos. Incluso el que va allí no lo ve, somos simples espectadores de ficción, por mucho aire húmedo que aspiremos. Al tiempo, el río moldea personas amables, cercanas, que se ríen y disfrutan, que te cuentan su estar cotidiano que parece de otra escena. Pero es real, cada día es su día, mientras en paralelo yo hago cien cosas más que siempre traslado hacia un futuro. Ellos quizá han tenido que aprender para el presente, En todo ello, sin embargo, siempre hay creación, hay mito, hay rito, hay amor, hay vida, incluso entre tanta muerte que les rodea.