La matanza del cerdo es sangrienta y revolucionaria allá donde se realice. El cortejo, el acoso, la persecución. Y el desgañitado hálito que escapa del chancho es el preludio del sabroso manjar. Manjar que aún infestado del degüello impío, sabe a gloria.
Así sabía el chancho del sábado que comimos para celebrar la inauguración del centro de acopio, un almacén de secado de café y cacao, de Ucodep, la ONG italiana en la que trabaja mi amigo Andrea.
Al llegar, tarde, claro, con horario ecuatoriano, la celebración llevaba un rato, pero tuvimos la suerte de alcanzar al cura que bendijo y sermoneó a todos. Ay, lo que cansa el discurso aquí o en la conchinchina, pero la cantidad de fans que tiene el susodicho profeta...
Ya eran las doce, así que imponía menos mezclar el desayuno con la cerveza. Desde ahí, las botellas de Pilsener bandolearon por el terreno. El chancho, espectacular. Es defícil definir el punto exacto en el que la carne, comida con las manos y casi sin respirar, se convierte en un manjar a compratir por la humanidad.
La cerveza siguió corriendo, y hasta conseguí un pretendiente, con tierras, por supuesto, que me sacó a bailar y me pidió en matrimonio. Cosas de la vida, le dije al señor mucho más bajo que yo y al ritmo de un son ecuatoriano que no soy capaz de remedar, que yo soy ya casada. Quizá fui demasiado dura, pero por muchas tierras que tuviera, el caballero apenas gastaba dentadura, y mi santo que en España me rememora, no merece abandono por un zagal en la sesentena.
El día siguió, muchas, muchas horas, y a pesar de ello mi carrera etílica no llegó a un momento crítico. Quizá es la evaporación, me digo mientras pienso que quizá haya de reducir la ingesta.
Ya es lunes, y en este lado del mundo cuesta madrugar tanto como en el otro. Reiniciar el motor cuesta, duelen los dedos al aporrear el teclado. Ya estoy instalada, y la carrera por comprar y comprar se me hace extraña, ante la enormidad de cacharros, chismes, cacerolas y trapos que he dejado desparramados por el mundo y que ahora requieren de sustituto. Extraño es ir paseando el caparazón, amarrado a lo material, y echando de menos zapatos, camisetas y bolsos. Ay, si es que por muy lejos que esté, esa parte trivial y sinsustancia la mantengo...