Después de más de un año sin escribir, indago en mi memoria sobre los recuerdos que debo consignar, mantener, dejar plasmados en algún sitio para que quede constanacia. Miro tras esta ventana, que es otra, que cambió de marco para encuadrar el entorno. Las calles han cambiado, hay quizá más gente, más asfalto, y unas luces de navidad desubicadas indican el paso del tiempo.
He buscado una foto mía reciente, y no encuentro. No me registro, desaparezco detrás de otros a los que ausculto con la lente. Y en ellos me reflejo para mostrar que sus arrugas son las mías.
Últimamente las veo. Están ahí, en la comisura del ojo, guiñando para decirme que es real ese remontar del río. Que sí es cierto que chocaste con cada piedra. Que es cierto que el agua sigue modelando mi piel en el esfuerzo de obcecarme con seguir un camino diferente y a veces confuso.
En este año de tránsito, de cambio, de desnudarme en un nuevo cuadro que fui componiendo con despojos de otros marcos, he reído y llorado mucho. En grandes cantidades como si de huracanes se tratara. Días y noches de ríos por fuera y por dentro. De la reconversión de mis astros. De colocar la luna, que en este lado del mundo sonríe. De entender si lo que quiero es esto, que esto lo he decidido, que si lo he decidido es porque lo quiero, y que si lloro porque lo quiero me encuentro en un camino sin retorno de desafección de mí misma.
Y, a pesar de la reconstrucción de los esquemas que creo, un año después de la última vez que escribí me leo. No sé si me reconozco. Sé de los cambios. Sé que aunque no quiera, soy yo. Con mis incongruencias y desvaríos. Con la pasión que me arrastra a no pensar o pensar demasiado, a extrañar demasiado, a querer todo y ya.
En esta ciudad que ya no es tan polvorienta, pero sí ruidosa, caliente, oculta en sus discursos y en sus maneras. En esta ciudad que a veces entiendo y muchas otras no. Quizá aquí me encontré y descubrí de mí cosas que no quería. Y tantas otras que sí me gustan. Descubrí la intensidad de entregarse a lo que hago. La intensidad de sufrir incluso en ese ansia de abarcarlo todo. Descubrí la pérdida y el encuentro. Descubrí la vida degradada en la opulencia. El cinismo y la desazón. Descubrí que el encuentro con el otro me emociona. Descubrí que mi estómago resiste bien el agua del río, no así mi piel. Descubrí que sigo odiando la gallina, pero a la criolla me trae buenos recuerdos. Descubrí que en esta tierra de frontera todo es mutable. Y a pesar de todo la gente se sigue riendo. Descubrí la miseria de no saber qué puede uno esperar de su futuro. Descubrí que el mío sigue estando en la incertidumbre, como siempre, porque soy terca y obstinada.